Las bolsas biodegradables que pueden ayudar a salvar el mundo

Muchas cosas maravillosas de la vida, desde los chocolates hasta los automóviles, estimulan nuestro bienestar de forma efímera, pero a un precio extremadamente alto, que pagaremos tarde o temprano con nuestra salud o nuestro planeta. Una de las más inconciliables es sin duda el plástico.

Que el plástico se encuentre a la altura de nuestras expectativas es una amarga ironía: realmente mantiene nuestro sándwich al abrigo del ambiente y, además, dura para siempre. Al margen de eso, reciclarlo no va a salvar a las ballenas. Podemos depositar religiosamente nuestros botellas en los contenedores de reciclaje, pero la realidad es que la mayoría del plástico ni siquiera es reciclable.

Entre los criminales mas peligrosos se encuentra aquel que pasa completamente desapercibido: el film plástico que envuelve todo tipo de artículos, de la barrita de granola orgánica hasta los calcetines.

Ninguna tecnología es capaz de reciclar el embalaje plástico. Si lo descartamos con botellas de plástico, a las plantas de reciclaje no les importa, dado que recuperan las botellas mecánicamente y tiran todo lo demás en basurales, explica Merav Koren, directora de marketing de TIPA, una sociedad israelí que quiere revertir la situación fabricando un film 100 por ciento orgánico.

«Los films TIPA parecen de plástico y funcionan como el plástico, pero terminarán su ciclo vital como lo termina la piel de naranja», asegura Koren. Cada elemento de este producto, desde el film del embalaje hasta su adhesivo, es completamente orgánico. Ni una sola molécula irá a parar a la gran mancha del Pacífico, la isla de basura situada entre Hawái y California.

Parte del anhelo por salvar el planeta pasa por fabricar a nivel local. El film TIPA se elabora utilizando deliberadamente la misma maquinaria empleada en la fabricación del plástico convencional y combustibles fósiles como recurso energético, – y materiales de origen vegetal -, declara su fundadora y directora ejecutiva Daphna Nissenbaum. El factor decisivo es que las máquinas de fabricación en serie pueden adaptarse con facilidad a la producción del film TIPA. «Este modelo nos permite fabricar ahí donde crecen los mercados a los que apuntamos, como Alemania e Italia», aclara Nissenbaum, de 51 años. A medida que la tecnología se popularice, resultará cada vez más asequible y la empresa podrá expandirse rápidamente a nivel mundial.

A diferencia del plástico, este tipo de envasado no nos sobrevivirá a nosotros y a toda nuestra descendencia. En condiciones óptimas de compostaje, los embalajes de

TIPA se desintegran en agua, dióxido de carbono y materia orgánica que las bacterias degradarán sin dejar rastro.¿Cómo saber que el film puede desecharse junto a la basura orgánica? El embalaje porta una etiqueta que lo indica.

El compost se genera depositando restos orgánicos en un contenedor o simplemente en un agujero en el suelo. Se deja allí, humedeciéndolo esporádicamente y removiéndolo con una horquilla, por ejemplo. En condiciones favorables, en aproximadamente 180 días el compost estará listo para convertirse en fertilizante.

Si los hogares urbanos modernos gozan de un sinfín de comodidades como el agua corriente, lo cierto es que la mayoría no dispone de jardín y menos aún de compostadores. Pocos son los que separan en casa los restos orgánicos.

Ante esta situación, Nissenbaum advierte que no se crean empresas pensando en los problemas y entorno actuales sino en los futuros, y que existe un consenso general sobre la necesidad de cambiar la gestión de residuos porque estamos destruyendo nuestro planeta. Pero existen avances en materia legislativa para exigir la separación de los residuos orgánicos, especialmente en Europa y en China.

Ningún problema: si se deposita el film TIPA en la basura convencional, seguirá degradándose en el basurero de la ciudad, igual que la piel de naranja. Salvo que decidamos disecarlo y enmarcarlo, desaparecerá para siempre de nuestras vidas.

TIPA empezó a desarrollar el film compostable en 2012, consiguió la correspondiente certificación, requisito de todo envasado alimentario, y en 2016 inició su venta a fabricantes y transformadores (que envasan productos para fabricantes), principalmente en Europa. Las ventas se cuadruplicaron en 2017 respecto al año anterior, indica Koren. La empresa cuenta actualmente con 30 empleados.

El precio depende del tipo de film encargado (cuanto más fino, más económico) y otros parámetros, pero pueden variar de ligeramente más caros que el plástico convencional a una diferencia sustancial de precio, principalmente porque los polímeros precursores siguen siendo relativamente caros. No obstante, a medida que la tecnología gane fuerza, el producto se volverá más asequible, vaticina Koren.

Que nadie se equivoque: ya sea en una pila de compost o con la basura, los films TIPA se toman su tiempo con tranquilidad antes de desintegrarse. Es el compromiso necesario entre las exigencias de los fabricantes (que su producto se mantenga protegido -o empaquetado- hasta su adquisición y uso) y las del planeta, es decir, que los envases no sean eternos como los diamantes.

«Bajo las condiciones adecuadas, los films TIPA tardan hasta seis meses en convertirse en compost», apunta Koren. En condiciones menos favorables, la palabra clave es “eventualmente”. Pero eventualmente en años y no milenios, a diferencia del plástico convencional. Si se dejan en una estantería, los embalajes TIPA comienzan a degradarse solo un año después.

Es un plazo más que razonable para la mayoría de los alimentos y no afecta a productos como los calcetines (especialmente si nadie los ha usado en un año). Empezará a parecerse a papel envejecido, quebradizo y de borde amarillento. Gradualmente, se desintegrará por completo. Es importante señalar que, en ninguna de las fases del proceso de degradación, los films TIPA generan micropartículas, que suelen inmiscuirse impunemente por todos los rincones del planeta, incluidos los océanos. Al degradarse, los films TIPA no resultan atractivos, pero desaparecerán sin dejar rastro, para siempre.

RUTH SCHUSTER
HAARETZ
ISRAEL

*Archivo Original de www.eltiempo.com

La paradoja de restringir bolsas plásticas

Al flagelo de la corrupción no se le controla bajando salarios a los políticos, el objetivo debe estar en erradicar la cultura ladrona.

A mediados de 2005 salió al mercado uno de esos libros raros que generan culto y se convierten en tendencias muy de vez en cuando. Se trata de Freakonomics, un texto breve escrito por Steven Levitt y Stephen Dubner en el que demuestran que las situaciones en la economía no siempre terminan como se planean. El eje central del libro se centra en la importancia de los incentivos y cómo las personas o los individuos se apropian de ellos; un elemento fundamental en la ecuación económica que ha gravitado en la ciencia social desde Adam Smith. Dicen Levitt y Dubner que todo consumidor se motiva por situaciones o incentivos no siempre económicos; que puede haber móviles éticos, morales o situaciones en términos de la sociedad. Recrean retorcidas situaciones como un boom de donaciones de sangre que desencadena actos delictivos para beneficiarse de las promesas económicas que se desprenden de un aparente acto humanitario. Otro: “un incentivo de US$3 de multa fue aplicado a los padres que recogieran a sus hijos tarde en algunas guarderías de Haifa, en Israel, y el efecto fue contrario al previsto. La multa sirvió para que un mayor número de progenitores mitigaran su sentimiento de culpa y el número de retrasados creció espectacularmente”.

En Colombia se diría, hecha la norma hecha la trampa, pero en economía el asunto va por otro lado. Hace algún tiempo las normas colombianas -igual que en todo el mundo- empezaron a restringir el uso de las bolsas plásticas para contribuir de una u otra manera a evitar la contaminación por el plástico. Haciendo la salvedad que quien contamina no es el material muerto, sino las personas: quien asesina no es la pistola, es la persona que acciona el gatillo. No obstante, se echó a andar la reglamentación y los supermercados ya no regalan las bolsas plásticas como antes, hacen un cobro insignificante por ellas y motivan el uso de las bolsas caseras de tela o el reciclaje de otras usadas. Muy bien, pero según se desprende de las conclusiones del último congreso de comerciantes, esto ha hecho que se disparen los robos en las tiendas y supermercados, pues muchos consumidores inescrupulosos (corruptos) salen con los productos en la mano, pues no hay una bolsa que limite lo comprado de lo exhibido. En pocas palabras, es una buena intención en función de bajar la contaminación que desencadena una ola de los llamados “robos hormiga”. Dice Fenalco que los delincuentes aprovechan que no se entrega bolsa plástica en los puntos de pago para salir con mayor facilidad de los locales con artículos robados y que esta nueva situación problema los ha obligado a invertir en seguridad electrónica que antes controlaban con las bolsas y el ojo del vigilante. El año pasado, 39% de la disminución del inventario en almacenes y supermercados obedeció a los robos, causando pérdidas por más de $220.000 millones, según el más reciente Censo Nacional de Mermas. Hechos como éstos, son los que hacen pensar que el flagelo de la corrupción no siempre se ataca bajando los salarios de los congresistas o pagando menos a los funcionarios públicos, sino que hay que trabajar en la base: familias y colegios. Es un hecho que hay que procurar que así como las nuevas generaciones son sensibles a los temas ambientales, también lo sean ante la corrupción, que inicia con las pequeñas cosas, como los robos en supermercados o colarse en Transmilenio.

*Noticia original de www.larepublica.co